De pequeño Javier era bastante intrépido, “no veía el peligro”, y recuerda con ilusión los veranos con sus padres en el pueblo, montando en bicicleta, a pesar de tener una “ceguera importante” desde que nació. La retinosis pigmentaria había reducido su capacidad visual hasta el punto de poder afiliarse a la ONCE siendo muy niño, con 6 años. 

 

En 1970 comienza su etapa escolar en Pontevedra, internado en un colegio de la ONCE en el que pasaría cinco años, hasta los 11. “Fue una época dura, porque tienes desarraigo familiar y desarraigo del entorno, y solo iba a casa, a Madrid, en vacaciones”. Estos colegios, que la ONCE tenía en Madrid, Barcelona, Sevilla, Alicante y Pontevedra, eran la única alternativa educativa que ofrecía estudios de la antigua enseñanza primaria y general básica a los niños ciegos. “Afortunadamente la ONCE ha superado esa etapa y ahora trabaja mucho por la educación inclusiva”, señala Javier.

 

 

Con 11 años continúa sus estudios en el colegio de Madrid, pero al menos los fines de semana podía ir a casa con sus padres. Terminado el COU, Javier decide probar con el empleo, “como no tenía esa práctica de educación inclusiva no pude estudiar más, lo intenté, pero no me hacía con ello, ni los medios eran los que tiene ahora la ONCE; eran los 80”. 

 

Empezó a vender el cupón en 1984, después de “hacer unos pinitos en las vacaciones de 1983”, para comprobar si realmente ese era el camino. Entonces vivía en Pinto y vendía el cupón de la ONCE en Valdemoro. “Estaba todos los días entre Pinto y Valdemoro”, comenta Javier con humor. También en esos tiempos descubrió el amor. “Cuando estudiábamos en Madrid, los afiliados estábamos separados, los chicos iban a un colegio en el Paseo de la Habana y las chicas en la colonia de Mirasierra, y si queríamos vernos, quedábamos en la Plaza de Castilla y hacíamos cuadrillas, y de ahí empezaron a salir parejas...”

 

Así conoció a su mujer, y la siguió hasta Logroño, pues ella vivía a 20 kilómetros de la ciudad. Juntos formaron una familia y Javier logró ese arraigo que tanto echaba en falta en su infancia: “Soy más logroñés que madrileño”. Se casó con tan solo 22 años, porque “éramos un poco más lanzados que los jóvenes ahora, y nuestros padres entonces tampoco tenían tantas posibilidades de ayudar y tenías que buscarte la vida”. Solo tiene palabras de agradecimiento a la ONCE, que se convirtió también en su familia, en hogar: “La ONCE siempre nos ha acogido muy bien y nos ha posibilitado formar familias, tener un empleo... ha puesto todo de su parte para que las personas tengamos una vida lo más normalizada posible”. 

 

 

En 1988 Javier aprobó unas oposiciones como jefe administrativo en la ONCE con un número alto y le ofrecieron incluso volver a Madrid para trabajar en la dirección general, “pero yo estaba muy a gusto en Logroño, porque aquí se vive muy bien, muy tranquilo”. Trabaja en La Rioja como mando intermedio realizando labores de gestión hasta 2011, tras la crisis de 2008, cuando los centros de Navarra, Cantabria y La Rioja pasan a depender de un solo mando intermedio, en lugar de tres. Javier asume la presidencia del consejo territorial y, con ella, inicia otro tipo de trabajo, más cercano a las personas: “Me encargo, entre otras cosas, de la relación continua y constante de la propia persona afiliada para analizar si los servicios funcionan bien y hacer propuestas para que las cosas mejoren; es una faceta muy distinta, más de relación, de encuentro con personas”.

 

La nueva responsabilidad en la ONCE vincula a Javier con otras áreas, por ejemplo, con el CERMI, porque los presidentes de los consejos territoriales suelen ser los secretarios generales de los CERMIS autonómicos. “Sin embargo, el CERMI se constituyó en 2003 y desde entonces estoy metido en él, igual que desde 2015 estoy en la Plataforma del Tercer Sector, creada aquí ese año”.

 

Le gusta todo lo que hace, “poque tengo relación con mucha gente, sobre todo con el mundo de la discapacidad, con personas, en esa tarea de representar a la ONCE en muchos entornos, de contacto con la administración pública, que también enriquece, pero sobre todo el orgullo de representar y ser útil a tu entidad, pero también a otras entidades, como ocurre con el CERMI o la Plataforma del Tercer Sector”. 

 

Explica Javier que no ha sido todo un camino de rosas, que hay dificultades, “pero creo que entre todos hay que apoyarse unos a otros y tirar para adelante; trabajar mucho, tener mano izquierda en ocasiones, paciencia en otras, manejar situaciones y saber y conocer con quién estás hablando, de qué estás hablando y de qué puedes hablar”. Los tiempos van cambiando y tú con ellos, asegura, “te tienes que reinventar continuamente y amoldar a los momentos que vives, ocurrió con la crisis de 2008 y luego con la pandemia, ahora con la post pandemia y con la invasión de Ucrania y problemas a nivel global, son momentos muy difíciles para todos”.

 

Sin embargo, su apuesta por las futuras generaciones es amable y confiada, porque “nosotros hemos heredado un modelo, unas ideas, una forma de hacer, y los que vengan detrás variarán nuestro modelo porque todo evoluciona, lógicamente...”